viernes, 16 de agosto de 2013

Caminar, no. Correr sobre la tierra.


Cuando hace un año, sentado en una terraza de Avilés con Jorge Iván Argiz, editor de Dolmen, en plena resaca tras la borrachera de emoción que supuso convencerle para apoyarnos con el Proyecto Zervilleta, hoy esa preciosa antología gratuita llamada Peta Z: No mezclar con refresco de cola que ya deberías haber leído, y comentábamos la posibilidad de que un autor de thriller policíaco como yo, tan ajeno en principio al zombi, se animase a participar en la Linea Z, regresé a mi hotel cavilando la repercusión que podría tener, cuánta cera me darían y cómo de grande sería el batacazo si me daba por aventurarme a idear una novela de muertos vivientes. Resolví que si pensaba en ello sólo podrían suceder dos cosas: o que nunca lo hiciera o que si finalmente la escribía me saliera un chorizo infumable que, si llegaba a editarse, supondría el final de mi carrera.

Lejos de empaparme de lecturas, series y películas de zombis, probablemente las mismas series, películas y novelas con las que se han empapado mis compañeros para escribir las suyas, decidí poner todas las cartas sobre la mesa y jugármela con los posos que este monstruo en concreto ha dejado en mí a lo largo de los años. Escribí la novela zombi que me salió de dentro, que me hubiera gustado leer, y aún a día de hoy no sé si la mezcla ha acertado, si he llegado a entrar en el mundo Z o si de mi novela al imaginario zombi va lo mismo que de Nueva York a Cuenca. Vosotros diréis. 


No tengo ni idea de qué trata The Walking Dead ni he leído más de cuatro libros Z en mi vida -no cuento la guía zombi de Max Brooks porque sólo aguanté un puñado de páginas-, de modo que lo que estáis leyendo es algo genuinamente mío con todos los riesgos que eso conlleva. 


Y lo estáis leyendo muchos. Muchísimos. Más de los que nunca pensé. Caminarán sobre la tierra funciona. Gracias. 

Sí, Jorge, creo que no fallaste. Merecía la pena intentarlo.

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